martes, 4 de octubre de 2011

Sudmediterráneo






Fue un día de otoño en el que el sol y el viento daban su presente aunque al comienzo no de manera intensa. Necesitaba estar algunas horas después en una ciudad cercana por razones académicas, digamos. Al recorrer pueblos, a menudo uno se encuentra con panoramas monótonos y parecidos, a tal punto que si te duermes atravesando uno de ellos, tal vez al despertar en otro, a pesar de darle un paseo con la mirada, pienses que aun te encuentras en aquella pequeña población en la cual tus ojos se habían cerrado. Sin embargo los años y esa particular tranquilidad los han sabido nutrir de historias, personajes y la naturalización de lo netamente urbano. La cuestión es que como tantas otras veces, si el tiempo no aprieta y los zapatos sí, y a eso le sumamos la escasez de transportes públicos para movilizarse, decidí emprender el viaje emitiendo señales con mi dedo pulgar derecho a los vehículos, “a dedo”, como así la llaman a esa tan conocida manera de superar distancias. En una de las escalas (siempre se busca un lugar para ubicarse, donde los conductores disminuyan la velocidad y así aparecer visibles tu esqueleto y tu pedido) fue que decidí caminar hacia un paso a nivel del viejo y hoy granero ferrocarril para continuar con mi trayecto. Pasaron algunos minutos, la temperatura ascendía y el clásico viento norte no se hacía rogar para comenzar a levantar el “guadal” de las banquinas. De un momento a otro, veo a una persona que como viniendo del centro del pueblo, se dirige hacia mí, se trata de un hombre de edad al cual se lo ve como debilitado en su andar, deteriorado y sucio su ropaje, de cabellos blancos y voluminosos al igual que su prolongada barba, yo espero su llegada atento y sereno, el levanta una mano y enseguida me interroga sobre la razón de mi presencia. Le dije que andaba yo de viaje, ahí nomás extendió su mano con saludo de anfitrión y luego me pidió una moneda y accedí entregándole una de cincuenta centavos; él respondió agradecido y señaló hacia donde el sol se esconde diciéndome que por allí quedaba su rancho:-luego vuelvo a pasar por aquí, y si no lo veo, ¡suerte! al llegar diga a su padre y a su madre que ha conocido usted un “croto”- .

Bolurbo

Del Fuego


Querer vivir
todo el tiempo
todas las luces
-del amanecer, del crepúsculo-
todo minuto, todahora.
Todo. Ya. Ahora.
Seguir conjugando el verbo justo
por los que fueron agua
cauce, torrente, río
mar, océano.

Por los que fueron aire,
viento, vendaval,
huracán, tornado.

Por los que fueron tierra,
polvo, terrón patio,
camino, senda.

Por los que fueron fuego, brasa,
luna, sol, candilyesquero.
Fuego. Fuego. Fuego.
El rojo naranja fuego.
El amarillo pajizo fuego.
El azulado fuego.
El que ha sido fuego.
El que es fuego.
El que día por día será fuego y dará vida.

Manuel Lucca

domingo, 18 de septiembre de 2011

transiciones

Pronto blog actualizado como se debe

sábado, 13 de agosto de 2011

Meeting Mr.Hyde




Pequeño regreso

Amigos lecto seguidores de Palabrero: 
                                                          Para sorpresa de nadie hemos vuelto, nadie nos espera ni nos espere. Este blog se autoreescribirá. Renovaremos todo, es una promesa, esto es un comienzo despues de tana ausencia publico blogativa. Subimos la tapa y contratapa del ultimo numero que pronto se convertira en penultimo.
                                                        
                                                        

Volver a latir

Palabrero numero 10



miércoles, 10 de noviembre de 2010

Ring Raje

   

   Voy llegando a la esquina, mis pies van abriendo paso entre las hojas que el otoño deja a cargo del viento o la vereda, mis manos en el bolsillo acarician una piedra.
No entiendo. Mis manos acarician una piedra, cómo llego hasta mi bolsillo sólo él lo sabe, porque yo, que vengo del trabajo, medio tonto medio cansado entre imaginación salgo a flote y nado, no me pongo a darle importancia a las eventualidades del destino de los cascotes que se me presentan. El viento ya ha poblado mi cara, me ha sugerido cerrar los ojos. Le hago caso. Mejor me parece me detengo, respiro suspiro.

   Exhalo finalmente para avanzar con mi caminata invariable, de pronto de nuevo la piedra. Rozarla nuevamente cautivó los sensores de mis recuerdos. Mis dedos se sintieron más finos, más pequeños y frágiles, infantiles, en una palabra. Me asusté como un nene y no pude cruzar la calle, me volví. Me pregunte qué me pasaba, casi inexplicablemente me dieron ganas de llorar, parecía un purrete de 8 años o de 15, infatigablemente buscaba a mi mami.
Pero súbitamente y al momento pasaron unos chicos en bicicletas de dos ruedas, porque hay bicis de una rueda, me distrajeron y me alegraron, creo que los seguí, corriendo, desesperado, mis zapatillas de lona ruideando. Como nenito me iba transpirando enchivando la remera que tenia debajo del guardapolvo blanco gris de día jueves, me vi solo. En unas cuadras sin gente, con unas calles sin autos, me vi solo. Solito.
   
   Me sentí medio asustado, pero tomé coraje, debía salir de esas cuadras oscuras que la noche iba aumentando, ¡listo, ya lo tenía! Tocaba el timbre y disparaba, rápido acelerado y a
las patadas, picando rápido para que la vieja no me vea, y doblar en la esquina para que no me vea la vieja. Cerré los ojos para apuntar puntería pues tocaría timbre y rajaría, un botón blando debía ser, uno no muy duro, calculando los segundos más el miedo. Vi puertas negras y marrones, timbres lujosos y de varios colores sus botones. Como ciego a alguno iría.
 
   Cuando me decidí estaba parado al frente de uno. Me temblaba el corazoncito, iba a joder a casa ajena, iba a reírme por unos segundos y sentir la adrenalina tras de mi espalda. Saqué una mano del bolsillo, en la otra sostenía la piedra, la apretaba bien fuerte. ¡Cómo me latía el corazoncito! Si un auto se encaprichaba en circular a propósito por esta calle hubiera quebrantado ese estado de niñez cardiaca.

   Cuando me decidí, me encontré corriendo y palpitando. Pasé por el frente de una puerta caoba, salté un piso fresco, me torcí el tobillo a mitad de cuadra, sentí un par de ojos apuntando a mi nuca, y esa sensación entremezclada de miedo y audacia, y sujetaba la piedra fuertemente en mi bolsillo, sentía desarmarme, de captar un escalofrío de mirada aterradora pasé a sentirme complacido por la boba hazaña apunte a reírme y terminé haciendo puchero de miedo temiendo el manotazo que de veras te roza la espalda y te hace correr más fuerte.
 
   Jamás capté correr sin manos en los bolsillos del guardapolvo, con una sostenía la piedra, con la otra juntaba sudor, jamás entendí nada, ni el golpe que según me dijeron fue provocado por una baldosa rebelde, ni por qué cuando me levante del suelo tenía un pedacito de ladrillo que sujetaba mi mano, como nene que junta piedras para la gomera…

Luciérnago Sinluz

martes, 9 de noviembre de 2010

Digitador de Almas

La hija del coronel


Julián tiene 30 años, fue preso político y cuando se refieren a su órgano sexual dicen que es un superdotado.
Vivian, 18 años recién cumplidos, no conoce el sexo y sufre de vaginitis, novia de Julián e hija del coronel que ordenó torturarlo. Ha decidido hacer el amor con Julián.
En la habitación ella pidió que sólo dejasen encendida la luz del baño. El  esbelto cuerpo desnudo atravesó la penumbra durante el andar de la joven apagando y encendiendo luces. Julián la miró y se dijo con  sadismo que destruiría a esa flor que se disponía a abrir sus pétalos.
Cuando el órgano sexual de Julián se asomó en el interior de la muchacha se escuchó un quejido feo, gutural, desgarrado; las manos mojadas de Vivían tomaron el rostro del hombre. Julián percibió el hedor denso de los cuerpos torturados, recordó la picana ávida que buscaba sus carnes para hacerlo sufrir reventándole los oídos y el cerebro, escuchó el canto del torturador que disfrutaba con su dolor…y se alejó del cuerpo de la muchacha y de la cama. Se visitó en silencio y dejó la habitación.
La mayoría de las venganzas, grandes o pequeñas, no se llevan a cabo porque el vengador desiste, es que el odio no es inmune al tiempo y a la inocencia.
                                                                                                                                            Andrés Cañas