No entiendo. Mis manos acarician una piedra, cómo llego hasta mi bolsillo sólo él lo sabe, porque yo, que vengo del trabajo, medio tonto medio cansado entre imaginación salgo a flote y nado, no me pongo a darle importancia a las eventualidades del destino de los cascotes que se me presentan. El viento ya ha poblado mi cara, me ha sugerido cerrar los ojos. Le hago caso. Mejor me parece me detengo, respiro suspiro.
Exhalo finalmente para avanzar con mi caminata invariable, de pronto de nuevo la piedra. Rozarla nuevamente cautivó los sensores de mis recuerdos. Mis dedos se sintieron más finos, más pequeños y frágiles, infantiles, en una palabra. Me asusté como un nene y no pude cruzar la calle, me volví. Me pregunte qué me pasaba, casi inexplicablemente me dieron ganas de llorar, parecía un purrete de 8 años o de 15, infatigablemente buscaba a mi mami.
Pero súbitamente y al momento pasaron unos chicos en bicicletas de dos ruedas, porque hay bicis de una rueda, me distrajeron y me alegraron, creo que los seguí, corriendo, desesperado, mis zapatillas de lona ruideando. Como nenito me iba transpirando enchivando la remera que tenia debajo del guardapolvo blanco gris de día jueves, me vi solo. En unas cuadras sin gente, con unas calles sin autos, me vi solo. Solito.
las patadas, picando rápido para que la vieja no me vea, y doblar en la esquina para que no me vea la vieja. Cerré los ojos para apuntar puntería pues tocaría timbre y rajaría, un botón blando debía ser, uno no muy duro, calculando los segundos más el miedo. Vi puertas negras y marrones, timbres lujosos y de varios colores sus botones. Como ciego a alguno iría.
Cuando me decidí, me encontré corriendo y palpitando. Pasé por el frente de una puerta caoba, salté un piso fresco, me torcí el tobillo a mitad de cuadra, sentí un par de ojos apuntando a mi nuca, y esa sensación entremezclada de miedo y audacia, y sujetaba la piedra fuertemente en mi bolsillo, sentía desarmarme, de captar un escalofrío de mirada aterradora pasé a sentirme complacido por la boba hazaña apunte a reírme y terminé haciendo puchero de miedo temiendo el manotazo que de veras te roza la espalda y te hace correr más fuerte.