miércoles, 10 de noviembre de 2010

Ring Raje

   

   Voy llegando a la esquina, mis pies van abriendo paso entre las hojas que el otoño deja a cargo del viento o la vereda, mis manos en el bolsillo acarician una piedra.
No entiendo. Mis manos acarician una piedra, cómo llego hasta mi bolsillo sólo él lo sabe, porque yo, que vengo del trabajo, medio tonto medio cansado entre imaginación salgo a flote y nado, no me pongo a darle importancia a las eventualidades del destino de los cascotes que se me presentan. El viento ya ha poblado mi cara, me ha sugerido cerrar los ojos. Le hago caso. Mejor me parece me detengo, respiro suspiro.

   Exhalo finalmente para avanzar con mi caminata invariable, de pronto de nuevo la piedra. Rozarla nuevamente cautivó los sensores de mis recuerdos. Mis dedos se sintieron más finos, más pequeños y frágiles, infantiles, en una palabra. Me asusté como un nene y no pude cruzar la calle, me volví. Me pregunte qué me pasaba, casi inexplicablemente me dieron ganas de llorar, parecía un purrete de 8 años o de 15, infatigablemente buscaba a mi mami.
Pero súbitamente y al momento pasaron unos chicos en bicicletas de dos ruedas, porque hay bicis de una rueda, me distrajeron y me alegraron, creo que los seguí, corriendo, desesperado, mis zapatillas de lona ruideando. Como nenito me iba transpirando enchivando la remera que tenia debajo del guardapolvo blanco gris de día jueves, me vi solo. En unas cuadras sin gente, con unas calles sin autos, me vi solo. Solito.
   
   Me sentí medio asustado, pero tomé coraje, debía salir de esas cuadras oscuras que la noche iba aumentando, ¡listo, ya lo tenía! Tocaba el timbre y disparaba, rápido acelerado y a
las patadas, picando rápido para que la vieja no me vea, y doblar en la esquina para que no me vea la vieja. Cerré los ojos para apuntar puntería pues tocaría timbre y rajaría, un botón blando debía ser, uno no muy duro, calculando los segundos más el miedo. Vi puertas negras y marrones, timbres lujosos y de varios colores sus botones. Como ciego a alguno iría.
 
   Cuando me decidí estaba parado al frente de uno. Me temblaba el corazoncito, iba a joder a casa ajena, iba a reírme por unos segundos y sentir la adrenalina tras de mi espalda. Saqué una mano del bolsillo, en la otra sostenía la piedra, la apretaba bien fuerte. ¡Cómo me latía el corazoncito! Si un auto se encaprichaba en circular a propósito por esta calle hubiera quebrantado ese estado de niñez cardiaca.

   Cuando me decidí, me encontré corriendo y palpitando. Pasé por el frente de una puerta caoba, salté un piso fresco, me torcí el tobillo a mitad de cuadra, sentí un par de ojos apuntando a mi nuca, y esa sensación entremezclada de miedo y audacia, y sujetaba la piedra fuertemente en mi bolsillo, sentía desarmarme, de captar un escalofrío de mirada aterradora pasé a sentirme complacido por la boba hazaña apunte a reírme y terminé haciendo puchero de miedo temiendo el manotazo que de veras te roza la espalda y te hace correr más fuerte.
 
   Jamás capté correr sin manos en los bolsillos del guardapolvo, con una sostenía la piedra, con la otra juntaba sudor, jamás entendí nada, ni el golpe que según me dijeron fue provocado por una baldosa rebelde, ni por qué cuando me levante del suelo tenía un pedacito de ladrillo que sujetaba mi mano, como nene que junta piedras para la gomera…

Luciérnago Sinluz

3 comentarios:

Ismael U. V dijo...

Jeje la infancia es una edad que me inspira mucho, creo que es importante nunca dejarla del todo, muy importante diría yo :)

Unknown dijo...

Si, demás está recurrir al ... "todos tenemos un niño adentro" pero es tan efectivo...
Es un estadio particular en la vida. Como un punto clave. En ocasiones volvemos, hasta a veces uno siente quiza nunca salió de ese pequeño cuerpo en que uno vino a este mundo...
Gracias por comentar...

Unknown dijo...

Isamel, te invito a leer mi blog: www.luciernagoenhemisferio.blogspot.com